La auditoría, ingrediente vital de la reactivación

¿De qué sirve tener una organización que hacia el exterior muestra un rostro de eficiencia y salud financiera ante actores externos como los consumidores o financistas, si al interior reina el caos y, pese a la existencia de indicios de fraude, despilfarro y pérdidas, sus directivos no tienen control de aquello?

Como podemos ver, estamos ante las dos caras de una misma moneda en el ámbito de la gestión empresarial. A lo largo de la historia reciente, esta dicotomía entre ‘lo externo y lo interno’ llevó a las empresas a crear dos fases del proceso de revisión y supervisión de sus políticas y métodos de administración y funcionamiento, en las que se encargó roles bien diferenciados a la auditoría externa y auditoría interna.

La primera se dedicó a la verificación y contrastación de la información financiera de la empresa, de modo que se garantice la veracidad de los datos que se presentaban ante actores externos a la organización, tales como los inversores, acreedores, bancos o el Estado. Mientras a la auditoría interna se le encargó el rol de constatar que dentro de la empresa se acataran con rigor las normas, procesos y políticas creadas para su funcionamiento, resguardando de esta manera los intereses de los propietarios de la organización, en tanto evalúa ámbitos como el administrativo, financiero y operativo de la empresa para precautela la supervivencia de la misma en función de la ejecución de planes establecidos para una determinada línea de tiempo.

Pero el mundo ha cambiado y la irrupción de la tecnología ha causado una metamorfosis total en el ecosistema empresarial mundial, que se ha visto sometido a una avalancha de nuevas metodologías de gestión y nuevas herramientas de productividad que, a su vez, han generado nuevos conceptos y visiones de lo que posee valor estratégico en la actualidad, y lo que dejó de ser imprescindible, difuminándose de esta forma la frontera que dividía aquel territorio interno del externo. 

En el pasado reciente, y continúa ocurriendo hasta la actualidad en el caso de algunas pequeñas y medianas empresas, la tarea de auditoría interna se la encargaba a colaboradores de la propia empresa quienes, además de desarrollar las labores propias del área específica a la que pertenecen dentro de la estructura de la organización, debían desempeñar este papel de ‘vigilancia’ que resulta ineficiente pues el análisis que puedan hacer pierde objetividad al convertirse ellos en ‘juez y parte’. Esta situación no va más.

El universo de la auditoría en expansión

La visión clásica que establecía con claridad las áreas en las que actuaba la auditoría interna y que correspondían a la administrativa (métodos, sistemas y procedimientos), operacional (recursos humanos, materiales y logística) y financiera (registros contables y normativa tributaria), se ha quedado corta. El perfil profesional del equipo dedicado a la auditoría interna demanda en la actualidad muchas otras capacidades y experticia en ámbitos como administración de logística y operaciones, ingeniería financiera, cultura organizacional, estadística aplicada, peritaje en cuanto a normativa de calidad y productividad, entre otras.

Dicho de otro modo, la ‘ejecución casera’ de esta tarea ya no es aceptable al interior de una organización que pretenda apostarle al crecimiento y reactivación, mucho menos en medio de la compleja situación pospandemia de Covid-19. La proyección profesional y solvencia de los auditores internos de hoy, los coloca como actores que revisten una importancia estratégica vital, y por esa razón llegan, incluso, a desempeñar el rol de consejeros para las cúpulas directivas de las empresas.

Lo que actualmente está en manos de la auditoría interna es la verificación de eficiencia en cuanto a producción, compras, provisión, servicio al cliente, ventas y finanzas; y, al mismo tiempo, la protección de activos, corrección de pérdidas causadas por excesiva rotación de clientes o personal, y detección de despilfarro por mal manejo de inventarios, bajos niveles de satisfacción en clientes e, incluso, verificación de pérdidas relacionadas con niveles de contaminación superiores a los permitidos en la normativa.

En ese contexto, si se decide mantener la política de un equipo auditor interno integrado por personal dentro de la organización, es importante que este cuente con la supervisión y acompañamiento de un equipo externo que garantice la idoneidad del trabajo efectuado, de modo que se asegure el buen desempeño de la administración y así lograr el cumplimiento de los objetivos empresariales planteados. 

El cúmulo de información que se analiza y los resultados de los análisis técnicos provenientes de la verificación y supervisión efectuada por los auditores internos, así como las valiosas conclusiones resumidas en propuestas y planes estratégicos que se sugiere aplicar para mejorar el rendimiento y lograr una reactivación sostenida de la organización, es de tal sensibilidad que siempre será necesario el que un tercero convalide todo el trabajo desplegado.

El hecho es que no estamos hablando de un tema menor y que la visión antigua de mantener un ejercicio de auditoría interna limitado al análisis de libros contables y supervisión de personal es parte de una realidad absolutamente superada y obsoleta. Ese es el punto de partida conceptual que las cúpulas empresariales deben comprender si deciden emprender un proceso de reactivación y mejora permanente de la competitividad, que hace rato dejó de depender exclusivamente de elementos como el rendimiento del talento humano o la innovación tecnológica, y que tiene en la auditoría interna al ingrediente vital que cierra el círculo virtuso del camino al crecimiento.

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